Ahora, me dejaste pensando en la primera opción y es así. Los after office son el más sincero exponente del inmenso absurdo que es la vida. La perfecta excusa para dar paso a la inconsciencia y, así, no tener que respondernos las preguntas que taladran el cerebro al final del día. Una cueva lo suficientemente oscura como para no ver(nos). Que no se note. Es el botón de "Pausa" que impide el suicidio masivo en la ciudad (cualquiera, no me van a venir a decir que en Zurich el Happy Hour no existe).
Y eso. Porque también está eso. La preciada oferta que atrae a las multitudes. Hora Feliz. "Vení. Vení a relajarte. Es el momento de la felicidad. Vení a olvidarte de todo."...
Y eso. Porque también está eso. La preciada oferta que atrae a las multitudes. Hora Feliz. "Vení. Vení a relajarte. Es el momento de la felicidad. Vení a olvidarte de todo."...
¿Qué tiene que ver esto con mi fantasía? Mucho. Acá se esconde la más violenta evidencia de que esa burbuja de la que te hablo existe: el baño de mujeres del after. Ahí se resume todo. El patetismo, el absurdo, la desesperación. Ahí una ve cómo las mujeres que durante el día trabajan, producen, atraviesan el molesto paradigma Lysoform; esas mujeres, orgullosas mujeres, se esconden allí y maquillan el cansancio de su esfuerzo con rouge. Esas mujeres (nosotras, mujeres) que entran mujeres y salen solteras. Salen minitas. Tal vez también para olvidar. Tal vez porque es cierto que el orgullo no es fácil. Nada es fácil. No lo sé. Yo sólo sé que en el baño de mujeres del after las fantasías no existen. O no importan. Ahí adentro, en esos baños con olor a lavandina y vómito, nada importa y todo es existencia. Rouge. Olvido.
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