miércoles, 29 de junio de 2011

medianoche de día impar de mes par de año impar

Estuve pensando en lo que hablamos y tenés razón. Los de derecha son incogibles. Revisé mentalmente la lista de emergencia y la analicé. Fuck!

No puedo creer que mi deseo esté politizado. Me niego. Estoy en el horno! Vos viste que los derecha son más rubiecitos, limpitos. Tienen un trabajo identificable y una carrera terminada. Saben que van a casarse y saben también, aunque no lo digan, que van a engañar a sus esposas. Generalmente te pasan a buscar en auto, te invitan todo lo que tomás. Son predecibles. No se despeinan. Si van a tener sexo se quitan la ropa con cuidado y suele haber una expresión de sorpresa si vos les decís que tenés forro. 15 minutos. Listo. Se van para no molestar y para que tus vecinos no piensen que sos una cualquiera. Son atentos hasta para ser (o parecer) patéticos... De alguna forma una se siente cuidada.

Los de izquierda, hippies roñosos, de pantalones Balhi o jeans rotos. Llegan apenas para juntar los 5 pe para comprar la birra en el chino (y una le tiene que prestar las monedas que faltan!), desaliñados, rastafaris, viscerales, con morral exótico, zapatillas rotas y una cadencia al hablar que te deja con la boca abierta, babeando. Generalmente tienen ganas de cambiar el mundo y sueltan impunemente una serie de afirmaciones: una tras otra; sin prisa pero sin pausa. Y mientras te lo cuentan, vos lo que vas pensando es cómo podés decir algo sensiblemente inteligente para interrumpir esa maravillosa disertación y llevártelos a la cama! No importa si no se acuerdan bien de tu nombre... poneme el nombre que quieras y hacé lo tuyo! Liiiiiiiiiindo!!! Pucho después y largas charlas sin sentido hasta quedarse dormidos. Suena tu despertador para ir al laburo y lo ves a él, todo melenudo y despatarrado en la cama que te dice que faltes, que no vayas, que un ratito más, que uno más. Y una se tienta. Es así como terminás corriendo al subte, metiéndote a la fuerza en cualquier vagón, corriendo por las escaleras de la combinación y llegás al trabajo con cara de "qué difícil es viajar en esta ciudad". La culpa de todo la tiene el subte; menos, la de la sonrisa plantada en el medio de la jeta que no te la sacás en todo el día. Y no volvés a saber de él hasta que los astros se alineen. Y vuelta a empezar.

Anoche soñé que tenía las llaves de la casa vieja de él y yo entraba. Él no estaba. Yo le avisaba por teléfono que lo esperaba ahí; él, por supuesto, nervioso, me dijo que iba enseguida. Y ahí estaba yo; en medio de sus cosas antiguas. Entré en la habitación de los chicos y me puse a ordenarla. No sé bien qué era lo que quería ordenar; no sé bien qué era lo que quería encontrar. Creo que la batería. Las cortinas estaban bajas y yo me iba guiando por la media luz, lo que tocaba y lo que podía escuchar. Atenta.
Ordené, desordené. Él llegó; yo lo escuché y seguí con mi tarea. Desacomodé y volví a acomodar. Un orden nuevo.
Cuando terminé, salí y me esperaba con unos mates. Nos sentamos, cruzamos unas pocas palabras y compartimos un rato más en silencio.
No tenía ganas de cogérmelo. Sentía pena por él.
Fin del sueño.

Ahora: si no tenía ganas de entrarle como helado de dulce de leche, ¿significa que él va a votar a Macri y no lo está queriendo blanquear?
apa... qué bomba te tiré!

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